sábado, 30 de julio de 2011

LA FAMILIA DESDE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La Familia como imagen de Dios

Con frecuencia escuchamos que el modelo del amor conyugal es el amor de Cristo a su Iglesia. Precisamente, que a esta se la llame esposa de Cristo denota el objetivo de proponer la relación afectiva más honda y fecunda. Especialmente, en el Antiguo Testamento encontramos esta relación refiriéndose al amor de Dios a su pueblo. Así descubrimos la importancia que tiene la institución familiar en el plan de Dios.

Las expresiones del Génesis sobre la creación del hombre a imagen y semejanza, varón y mujer, para que sean uno, evidencian la clara intencionalidad de poner el amor entre el hombre y la mujer en el centro de un proyecto de amor para la humanidad.

El Documento de Puebla hablaba sobre que el amor conyugal al ser de comunicación y participación, no dominación, llena de fecundidad sin perder la propia identidad, en su unión sacramental “más que un contrato es una alianza”.  

Así, entendemos que en el matrimonio y la familia anida el núcleo central y más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. Reflexionar sobre la modalidad de la Creación y encontrar que en esa unidad se encuentra el llamado trascendental al amor mediante la comunión plena de las personas debe invitarnos a una especial consideración de la familia. Y sin reducirlo a un mero dato biológico, la apertura a la vida nos habla de la cooperación en el plan de Dios.

Por lo tanto, el Magisterio de la Iglesia en el contexto de su Doctrina Social nos llevará a reconocer a la familia como una institución confirmada por la ley divina y no solo capaz de contribuir a la continuidad del género humano sino también medio de crecimiento y satisfacción de sus miembros.

Un párrafo apasionante de la Encíclica Familiaris Consortio de Juan Pablo II, es el que señala que “el destino del hombre depende del de la familia y, por eso, no me canso de afirmar que el futuro de la humanidad está vinculado íntimamente  al de la familia”.

Sin duda que esto hace incomprensible los ataques que en los últimos tiempos ha recibido la familia, ofendiendo la dignidad de la misma. Por supuesto que esto no es un ataque casual o una fenomenal conspiración de desahuciados sino que por el contrario contiene una clara intencionalidad. Terminar con una concepción  de familia que responda al plan de Dios implica terminar ideológicamente con la influencia de Dios sobre el quehacer humano para pasar a una construcción distinta de modelos de relación donde los paradigmas respondan a ideologías humanas dominantes y dominadoras.


La familia célula básica de la sociedad

El clima de fraternidad, tolerancia y crecimiento no queda reducido a los miembros de la familia sino que de modo inevitable, por su propia dinámica desborda sus límites y se extiende a la sociedad en la que la familia está inserta.

Aunque parezca obvio, debemos recordar que la familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad ya que en ella nacen los ciudadanos y es allí donde encuentra la primera escuela, seguramente la más importante y formadora de la identidad de la persona. Sin soslayar el aprendizaje en el respeto, la justicia, el diálogo y la práctica de las relaciones interpersonales que hacen a las normas básicas de la convivencia social. De aquí se desprende la expresión de la familia como célula básica y vital de la sociedad.

Por estas razones, descubrimos la importancia fundamental que para la felicidad y plenitud de los pueblos tiene una política que trate de crear las condiciones para el desarrollo y la consolidación de las familias. La paz en los hogares aportando salud espiritual y equilibrio en cada uno de sus miembros, se verá reflejada en la armonía de la sociedad.

Una nota sobre el matrimonio como sacramento

Todos los hombres están llamados al amor que es la vocación fundamental e innata de todo ser humano. La mayoría de los hombres y las mujeres realizan integralmente esa vocación a través del matrimonio. Y solo lo hacen de un modo verdaderamente humano cuando ese amor es total, es decir, cuando ambos se comprometen entre sí hasta la muerte, con su cuerpo y su espíritu, su inteligencia y voluntad, sus sentimientos y libertad.

Debemos acentuar que esta entrega recíproca y total solo es posible en el matrimonio, en ese pacto de amor conyugal, elección consciente y libre con la que el hombre y la mujer aceptan una comunidad de vida y amor, querida por Dios mismo.

Sin embargo, el matrimonio no es algo privado que solo interesa a los esposos, por lo cual todas las sociedades han dictado y dictan leyes sobre el matrimonio. En estas establecen la forma de cómo deben celebrarse más los deberes y derechos de los contrayentes. Esto no es una intromisión indebida de la vida privada de las personas sino una exigencia propia del amor conyugal que así se confirma públicamente como único y exclusivo.

Esta realidad natural es elevada a otra dimensión en el matrimonio cristiano: en Cristo Señor, Dios asume esa realidad humana, la confirma, la purifica y la eleva mediante el sacramento del matrimonio. Justamente, al elevarlo a la altísima dignidad de sacramento le confiere mayor esplendor y profundidad al vínculo conyugal, llevando a un mayor compromiso a los esposos bendecidos en ese acto por Dios.

A quienes piensan que la concepción cristiana del matrimonio, fundada en la fe y la moral, reprime o limita la felicidad de los cónyuges, debemos decirles que lo que se busca es hacerlo más fuerte, sano y libre por la acción purificadora y liberadora de Dios en el hombre.

La familia y el servicio a la vida

El matrimonio y el amor conyugal tienen como fin y coronación la procreación y la educación de los hijos. Los esposos al darse el uno al otro, dan más allá de si mismos la realidad del hijo, que es el reflejo viviente de su amor. 

El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida convirtiendo el amor de los esposos en una participación especial en el misterio de la vida y el amor de Dios. Por eso, la Iglesia sabe que tiene la misión de custodiar y proteger la dignidad del matrimonio y su responsabilidad en la transmisión de la vida.

Podemos recordar que tanto el Concilio Vaticano II  como la Encíclica Humanae vitae han manifestado con bastante claridad lo esencial de la doctrina  respecto a la transmisión de la vida señalando que el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a la transmisión de la vida.

Esta doctrina se enfrenta con una realidad en la que el hombre mientras aumenta su dominio sobre la naturaleza, desarrolla al mismo tiempo una angustia cada vez más profunda ante el futuro. Ha surgido así una mentalidad contra la vida, alimentada por estudios ecológicos radicalizados o falsos profetas sobre el crecimiento poblacional que suelen presentando este aspecto como un peligro para la calidad de vida.

Ocurre que con el pretexto de los supuestos riesgos de la “explosión demográfica”  se realizan campañas para reducir los nacimientos, sin tener en cuenta si los métodos utilizados son moralmente lícitos. A veces esas campañas que tiene lugar especialmente en lugares del denominado Tercer Mundo, donde la población crece más rápidamente, son financiados por organismos internacionales públicos o privados, que llegan a imponerlas como condición para dar ayuda económica o financiera a esos países.

La Iglesia condena estas situaciones como una ofensa grave  a la dignidad humana y  a la justicia en la medida que se trata de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre cuantos hijos tendrán y cuando.

La familia y las falsas concepciones sobre el matrimonio

Es muy grave esto que ha acontecido en nuestro país y que está siendo motorizado en numerosos países el reconocimiento jurídico como matrimonio a las uniones homosexuales, incluso con la posibilidad de adopción de menores por parte de parejas formadas con personas del mismo sexo.

Suena como oferta de liquidación el reiterado pretexto de evitar, en relación a algunos derechos la discriminación de quien convive con una persona del mismo sexo, permitiendo la equivalencia legal de las uniones homosexuales con el matrimonio.

Debemos ser lo suficientemente claros al respecto: las legalizaciones favorables a las uniones homosexuales son contrarias a la recta razón porque confieren garantías jurídicas análogas a las de la institución matrimonial a la unión de personas del mismo sexo. Por lo tanto, ningún Estado puede legalizar estas uniones sin faltar el deber de promover y titular una institución esencial para el bien común como es el matrimonio.

No hay ninguna razón antropológica o ética que habilite a suprimirle o negarle a un niño su derecho a tener un padre y una madre. Al menos a conocerlos o tenerlos adoptivos, para aportarle la representación de la polaridad sexual conyugal. Al respecto, ningún estudio ha puesto fehacientemente en duda que la figura del padre y la madre es fundamental para la neta identificación sexual de la persona. 


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