domingo, 5 de junio de 2011

La Persona y el compromiso social

El hombre encuentra su primer compromiso de carácter ético y social en la familia, hecho que lo convoca a responder a un necesario compromiso comunitario. Especialmente, si reconocemos que la familia lograr su perfección y plenitud mediante la ayuda complementaria de la sociedad civil y política. Conviene entonces a la persona comprometerse con la comunidad en que vive y se desarrolla su propia familia.

Esta participación y compromiso aparecen como deber y derecho de la persona lo que responde a su dimensión social debido a la propiedad de la naturaleza humana que se expresa en su condición de ser social. Por tanto, el compromiso social cristiano tiene como objetivo poner a la persona en el centro del orden de la sociedad.

Así entendido el concepto de persona sigue aportando una comprensión profunda del carácter único y de la dimensión social de cada ser humano. Esta concepción que pone al hombre en el corazón y en el centro del orden social, puede ofrecer una gran aportación a la reflexión actual sobre cuestiones sociales.

Por otra parte, el bien común es el objetivo de la sociedad civil y política donde el hombre debe comprometerse. Sabido es que alcanzado el bien común el hombre se desarrollará mejor como persona. Por ello, no solo es un acto de justicia por el cual la persona debe comprometerse solidariamente en la búsqueda del bien común sino que le es conveniente para él y su familia.


El compromiso en la cooperación con la sociedad supone que si el hombre tiene dimensión social, la sociedad es la consecuencia de la inclinación natural e intencional de convivencia, sea familiar, civil o política, inclinación natural por la indigencia e inclinación intencional por conveniencia. Por esta razón, en el supuesto de la sociedad familiar, todas las sociedades intermedias que constituyen la sociedad civil, representan la proyección de las necesidades y conveniencias de las personas en vida familiar. De allí la existencia de sociedades estamentarias y sociedades convencionales. De este modo, la interacción de las sociedades intermedias multiplica los contenidos del bien común.

No obstante, debemos tener en cuenta que el hombre puede no terminar de comprometerse como corresponde con la sociedad en que vive y el bien común que debe buscar. Por este motivo, no habrá que esperar que natural o mágicamente las personas se comprometan correctamente. Además, habrá que buscar un modo organizado y equilibrado en esta búsqueda para responder más adecuadamente a estos fines solidarios y socializadores. Es aquí, en la búsqueda de una organicidad donde se requiere que el compromiso social este regulado por la sociedad política, respondiendo a un orden de justicia y legalidad.

Justamente el Concilio Vaticano II enseñaba que “los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”, que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia y la solidaridad.

Sociedad instalada versus sociedad transitoria

Esta dicotomía que interpela al hombre de hoy debe encontrar una dinámica de compromiso para no caer en un frenesí de egoísmos y vanidades donde el placer personal sea no solo el objetivo personal sino el que la sociedad esté obligada a darme. No es lo mismo bien común que personas individualmente satisfechas en lo que a estas individualmente se les ocurra.

Esta pretensión de responder a placeres personales tarde o temprano se enfrentará con los intereses del otro y ambos pensando que es la sociedad civil y política quienes no saben contemplar mis necesidades. De ese modo, todo responderá a una concepción materialista que buscará ya sea por un dominio totalitario o desde una  búsqueda desenfrenada de bienes y consumos, intentar responder a las justas aspiraciones de desarrollo de la persona. Así, solo habrá enfrentamientos, desencuentros, injusticias y mutuas condenaciones.

Responder al bien común no significa encontrar un paraíso terrenal que responda a todas las necesidades humanas sino un clima que le permita al hombre encontrar condiciones propicias para una búsqueda de trascendencia más allá de condiciones políticas, económicas y sociales. Búsqueda de trascendencia que puede suponer la existencia de estas condiciones pero que no se agotan en estas.

En esta posición la acción y el compromiso histórico del hombre no encuentra su sentido en construir un mundo ideal y utópico que hasta ponen límite a la propia historicidad humana. Sino que el compromiso solidario debe, respetando la dignidad propia del ser humano, hacer de este tiempo el espacio propicio para el desarrollo de la persona que le permita acceder a un modo de vida superior que su dimensión trascendente, donada por su Creador, le tiene preparada.

Olvidar, omitir o intencionalmente silenciar esta expectativa del ser humano, creado para una vida en plenitud, confundiéndolo al proponer encontrar en la historia una plenitud inalcanzable, será la causa de la pérdida de criterios y valores solidarios y superiores cuando no la de enfrentamientos y rupturas en el seno de la sociedad humana.
  

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